Tumbarme en la cama al fin, después de otro inacabable día,
después de querer llorar y tirar todo
por la borda sin más; sin mirar atrás. Arrancar esta página que tanto daño me
hace y comenzar a escribir una nueva, sin ti. Pero se me hace imposible, día
tras día ahí sigues tú, hablándome como si no pasara nada, como si ese “yo creo
que los dos sentimos algo, pero es muy difícil por el momento” no me retumbase
una y otra vez en la cabeza arrancando todos y cada uno de mis pensamientos,
haciéndose hueco hasta llegar a ser lo único que habite en ella. ¿Piensas que
no me cuesta sonreírte? ¿Acaso crees que puedo ser tu “amiga”? Sí, amiga entre
comillas porque nunca podré ser eso, no, nunca si es contigo. No puedo leer aquello
que me decías sin que una lágrima brote de mi ojo y se deslice lentamente por
mi mejilla hasta desaparecer perdiéndose sobre mi pecho. No puedo ser como tú,
hablarte sin más, como si nada hubiese cambiado. Pero a pesar de todo, soy
fuerte, nací luchando y ahora la vida es la que me entrena, la que me da los
golpes para que pueda defenderme cuando tenga que librar una batalla. Gracias a
ella, al menos puedo verte feliz, dibujándome falsas sonrisas, esas que te
hacen sonreír a ti; diciéndote que todo va bien, que sigo feliz aunque ya no
sea tu “pequeña”, queriéndote; aunque sea en silencio.
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