Sonreír sin motivo, que se entrelacen las palabras dentro de tu boca
provocando que seas víctima de esas contestaciones tan absurdas, sentir
como tus mejillas empiezan a cobrar un leve color carmín, rojo, como un
ocaso desprendido de la sonrisa entre sus labios, que deja escapar a la
vez un soplo de aire que calienta tu rostro. Mirar abajo mientras ríes y
mirarle a él mientras su mirada yace perdida, aprovechando cada segundo
para poder contemplar todos y cada uno de los rincones de su cara.
Sequía en tus labios que esperan ser calmados por los suyos.
Observar como pasan los segundos y darte cuenta de que cinco minutos
bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo.
Es entonces cuando sientes un escalofrío provocado por ese suspiro que calla tantas palabras; sientes como su mano recorre tu cuerpo
haciéndose hueco entre tu pelo hasta juntar tu cabeza con la suya, y es
ahí, justo en ese momento, cuando algo se acciona dentro de ti; dejas
de ser dueña de tus sentimientos, del latir de tu corazón y comienzas a
temblar, hasta que sus labios rozan los tuyos trayendo consigo esa calma
que tanto ansiabas.
Cierras los ojos, y te das cuenta de que cuando
pensabas que esas historias no iban contigo y que el amor solo era para
locos, tú eres una loca más; decides subirte a ese tren, sin saber
dónde te llevará ni cuánto tiempo durará ese recorrido. Tan sólo quieres
perderte entre sus labios, como aquella noche por las calles de Madrid
iluminados por esas luces que hacían competencia al brillo que ahora
dejaban ver tus pupilas.
Caminar con su brazo recogiendo tu cuerpo, sentirte parte de él mientras comienzas a evadirte entre el perfume que quedará impregnado en tu ropa.
Bailar aquella melodía sobre sus brazos mientras los demás pasajeros se paraban a observaros, besarle; besaros.
No sé dónde irá a parar este tren, pero cualquier destino estará bien
mientras pueda perderme en tu mirada, ¿y el tiempo? Siempre hay un
tiempo para marchar aunque no haya sitio a dónde ir.
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